Aunque en la actualidad las influencias del desarrollo de la obesidad son poco conocidas, hay una creciente evidencia de que los factores maternos que influencian el entorno intrauterino están asociados con la composición del cuerpo del niño.
La Organización Mundial de la Salud define sobrepeso como un índice de masa corporal (IMC) superior a 25 y obesidad como un IMC superior a 30, en adultos. Algunos estudios han demostrado que las embarazadas con un IMC superior a 30 kg/m2, durante todo el periodo fetal de sus hijos, así como en los primeros años de vida, puede tener efectos a largo plazo, y convertirse en un factor etiológico de la obesidad.
Tener un estilo de vida saludable no sólo mejora la salud de los adultos y reduce el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas, sino que también le confiere beneficios para la salud de sus hijos ha publicado el Colegio de Salud Pública de Harvard, Boston.
El equipo consideró cinco factores del estilo de vida: dieta saludable, IMC en el rango normal, no fumar, consumo leve a moderado de alcohol y 150 minutos o más por semana de actividad física moderada a intensa, cada factor del estilo de vida materno, excepto la dieta, estuvo asociado con una disminución significativa del riesgo de obesidad en los hijos.
El riesgo de obesidad en los hijos disminuyó con cada hábito materno saludable tanto que los niños o los adolescentes de las mujeres con tres de esos hábitos (dieta saludable, actividad física y consumo moderado de alcohol) eran un 23 por ciento menos propensos a ser obesos que los hijos de las mujeres sin esos factores.
La programación de la obesidad puede venir determinada de forma directa por los genes maternos (transferencia genética) y de forma indirecta por la influencia ambiental, a través de la calidad y cantidad de nutrientes aportados al feto.
Un mecanismo sugerido para explicar la relación entre la obesidad materna y el aumento excesivo de peso es que el feto está sobrealimentado, debido a la exposición a concentraciones altas de glucosa, ácidos grasos libres y aminoácidos del plasma materno. La sobrealimentación prenatal puede acarrear efectos permanentes en la vida post-natal, como consecuencias en el control del apetito, las funciones neuroendocrinas y el metabolismo energético con consecuencias a lo largo de toda la vida del niño para regular el balance energético y el peso del cuerpo.
La OMS recomienda la lactancia materna de forma exclusiva en los primeros 6 meses de vida y de forma complementaria con otros tipos de alimentos hasta los dos años. Se ha demostrado que la leche materna es un fluido cambiante que se adapta a las necesidades del bebé y que es eficaz en la prevención de infecciones, asma y alergias. Teniendo una prevalencia menor de obesidad infantil y mayor capacidad de autorregulación de la ingesta en los niños alimentados con lactancia materna durante sus primeros meses de vida.
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Es importante tener un control adecuado durante la gestación, que nos permita brindar una oportunidad de vida saludable para nuestros hijos y cursar el embarazo, de la mejor manera posible.